martes, 25 de diciembre de 2012

PUEBLO ESPAÑOL EN BARCELONA

Pueblo peculiar
 
Esta es otra de las paradas que hice durante mi estancia vacacional en la ciudad de Barcelona.
 
 
El Pueblo Español, o Poble español en catalán, es un museo al aire libre, en el cual se representan edificios típicos de prácticamente todas las comunidades autónomas españolas.
 
 
 
 
Este recinto fue construido en 1929 con motivo de la Exposición Internacional que se celebró ese año en Barcelona. La idea fue impulsada por el arquitecto Josep Puig i Cadafalch y se concibió como un pueblo en el que se pretendían reunir las principales características de los pueblos de España. Los arquitectos Francesc Folguera y Ramon Reventós, y los artistas Xavier Nogués y Miquel Utrillo fueron los encargados de llevar a cabo este proyecto tan original.
 
 
Está en lo alto de Montjuic, un poco a desmano, así que nosotros para subir utilizamos el metro primero, y después cogimos el funicular, y de ahí ya fuimos dando un paseo de unos 30 o 35 minutos.
 
 
La verdad es que fuimos al mediodía y en ese paseo pasamos mucho calor, y es que el sol apretaba de lo lindo, por lo que lo mejor y más fácil para llegar hasta allí es coger el autobús, ya que te deja en la parada que hay justo delante.
 
 
El precio de la entrada creo que fueron 9 euros, un poco caro para mi gusto, y más después de entrar al interior y verlo, puesto que en parte me pareció que me cobraron por entrar a una especie de centro comercial, eso sí, guardando las distancias.
 
 
En el interior se puede ver una especie de pueblo, formado por las casas típicas de casi todas las provincias o comunidades autónomas. Las construcciones características están bastante bien logradas, siendo réplicas de casas que existen, indicándote en letreros el nombre y el lugar de la casa originaria. A mí particularmente, la parte que más me gustó fue el barrio andaluz.
 
 
 
Por otra parte, en el interior de esas casas se pueden encontrar bastantes tiendas donde poder comprar los típicos recuerdos, teniendo alguna también un taller de cristal donde ver como se elaboran esos recuerdos.
 
 
También hay varios restaurantes donde poder comer, algunos de ellos bastante caros por cierto, aunque otros tienen precios más asequibles. Nosotros comimos muy bien en uno que hay a la derecha en la plaza según entras, por unos 12 euros, según creo recordar.
 
 
 
 
Dentro nosotros no encontramos demasiada gente, no sé si fue por el calor que hacía, por las fechas en las que estábamos o por la hora, pero pudimos callejear tranquilamente, sin ningún tipo de agobios  y hacer las fotos con total tranquilidad.
 
 
No me pareció muy grande, aunque tiene una superficie de 42.000 m2 y la verdad es que se recorre bastante rápido, con calles estrechas, lo que daba la sensación de andar por el casco viejo de cualquier pueblo, pero cada casa de un tipo.
 
 
Una visita recomendable y que yo disfruté mucho, pero eso si, el precio me pareció excesivo, es el único inconveniente que puedo poner de este lugar.
 
 

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